¿Qué PRI morirá?

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Un amigo mío tenía una rara afición: cuando visitábamos la feria de Chuiná iba al pie del cerro, señalaba un punto en lo alto y durante un rato gritaba: “¡La virgen, ahí está la virgen!” Pronto se armaba un gentío que señalaba al mismo lugar, aseguraba que ahí estaba virgencita e iniciaba las ceremonias para conmemorar el milagro, entonces Wilo salía del amontonamiento y regresaba con nosotros para decirnos: “De veras que hay gente pendeja”.

De Fox a la fecha, los priistas han vivido 20 años extras. En una de esas hasta regresaron al poder gracias a Calderón sólo para probar que no cambiarán nunca. Durante dos décadas, toda insinuación de desastre del tricolor ha sido saludada con júbilo pero, por desgracia, el dinosaurio todavía sigue ahí. Su capacidad de supervivencia es de cucaracha chilanga.

El último incentivo para el entusiasmo anti-priista fue la captura de César Duarte el pasado 8 de julio. Otra vez vimos a los profetas anunciar el fin y la redes sociales se saturaron con textos que prometen un nuevo meteorito. La verdad, me parece prematuro el optimismo.

César Duarte saqueó Chihuahua con devoción. Su entrega tuvo recompensa: acumula 22 órdenes de aprehensión, está documentada la desaparición de más de mil 230 millones de pesos, uno de sus ranchos es más grande que toda la ciudad de Chihuahua y muchas otras hazañas. Pero lo más importante para la causa 4T es que participó en el desvío de 650 millones de pesos a las campañas del PRI, la Operación Safiro, que involucra a protagonistas esenciales del sexenio anterior, como Videgaray y el propio Peña.

Con la detención de Duarte y la extradición del exdirector de Pemex, Lozoya, parece que nos acercamos al ajuste de cuentas que prometió AMLO, que ahora tiene rehenes y datos explosivos para ejercer la justicia.

Pero creo que de nueva cuenta defraudará las expectativas y prevalecerá el uso político y mediático sobre las cuentas pendientes, y que lo que podría ser una oportunidad extraordinaria para sentar precedentes contra la corrupción se agotará en el rescate de la imagen presidencial y de Morena, y en el uso como distractor cuando rompamos el record de contagios y muertes por Covid, rebasemos las 100 mil ejecuciones en un año, nos aplaste la peor crisis económica en varias décadas, denuncien otra trastada de Bartlett, le aparezcan nuevas casas a Ackerman y lo que sea necesario para ganar el 2021.

Ojalá me equivoque.

Ahora bien, me equivoque o no en lo anterior, en ningún escenario antes o después del covid, de Lozoya o de Duarte, AMLO ha tenido intención de acabar con el PRI. No es el enemigo sino la fuente de gracia de la que proviene. Había que reducirlo y someterlo, espulgarlo de neoliberales y otras pestes, pero no enterrarlo; ese destino lo merecen otros, como el PAN y el calderonismo, los conservadores.

Sometido ya, en buena medida porque su dirigente no resiste una revisión de su fortuna, el PRI se apresta para ser parte del retorno a los setentas que plantea la 4T donde la simulación de pluralidad legislativa es imprescindible, como imprescindible es que los legisladores sean la corte imperial del presidente.

El mismo Moreno Cárdenas va por la diputación federal pluri y el liderazgo de su bancada, y de la mano con verdes y petecos será la servidumbre del palacio.

Además, el PRI participará en la urgencia electoral de Morena. Sea por fallas propias o por situaciones especiales, el panorama de gobierno de AMLO se ha ensombrecido pero él no va a perder nunca, de ahí su acercamiento con el aborrecible Verde Ecologista de Manuel Velasco, el salinista PT y lo que haga falta. En ese concierto, el PRI también tiene su función y es Alito el encargado de mediar para que sus gobernadores faciliten el proyecto de Morena a cambio de impunidad (Aysa ya sueña con su cargo en la SSP de Durazo).

Es cierto, el PRI dejó de ser un partido preponderante, pero de ninguna manera está muerto. Muerto está el PRI de Beltrones, a quien también le alcanza la Operación Safiro, y el Nuevo PRI de Peña Nieto.

Pero quedará el PRI de Alito, Murat, Moreira y otros que supieron cambiar de lealtades y negociar su subsistencia política. Por ahora les corresponde un bajo perfil y disfrutar felizmente de lo robado en espera de mejores tiempos que, así como van las cosas, no están muy lejos. Quizá regresen en 2024, muy probablemente en 2030, no importa, son ratas jóvenes que han encontrado cobijo en la 4T y su futuro luce prometedor.

Y mientras el dinosaurio goza de cabal salud, AMLO nos señala la punta del cerro y grita que la virgencita está luchando contra la corrupción.

Besitos.

Tantán.